Cuando se analiza la situación socioeconómica de cualquier país, lo habitual es que se tengan en cuenta datos como el PIB, el salario mínimo y medio o la tasa de paro. Hoy en día todo debe ser cuantificado, ya que como suele decirse, el dato mata al relato, y las matemáticas son incuestionables. Sin embargo, dejarlo todo en manos de los números, o de los algoritmos, como ocurre en estos días más modernos, puede conllevar alejarnos de la verdadera raíz de los problemas. Tenemos una situación compleja por delante, al aumentar el paro, al bajar el salario medio, pero no sabemos ni cómo se ha producido ni cómo remediarla. El análisis de esas estadísticas debe ir acompañado, en todo momento, por la lógica, el contexto y la empatía. Una forma de conseguir bajar el paro rápidamente es crear empleo de mala calidad, o sacar plazas de empleo público. ¿Significa esto que el país irá a mejor solo  porque el dato del paro baje?

Son muchos los informes y estudios que tratan de analizar de forma profunda la situación laboral en cualquier país del mundo. Naciones como Tailandia, Brasil o China cuentan con un enorme tejido industrial, y millones de personas recibiendo un salario a través de este tipo de industria. Sin embargo, sus trabajos son duros y mal pagados, en algunos casos rozando la esclavitud. No se tiene ningún reparo en utilizar mano de obra infantil, por ejemplo, para crear ropa o tecnología al precio más barato posible. Las condiciones laborales no consisten solo en tener un salario digno, van mucho más allá. Días de descanso, vacaciones, horarios controlados, seguros médicos… Conceptos que en muchos países suenan a auténtica locura, porque el empleo se ha reducido sencillamente a trabajar a cambio de algo de dinero para sobrevivir. La situación desesperada de muchas personas en estos países les hace aceptar trabajos cada vez peor pagados, y con condiciones muy pobres. Y uno de los sectores más afectados es el de la prostitución, que en muchos países incluso está prohibida, obligando a estas mujeres a trabajar al margen de la ley, con lo que eso supone.

La prostitución como trabajo marginal

Desde el principio de los tiempos, la prostitución ha sido uno de los oficios más antiguos que se recuerdan. El sexo ha formado parte ineludible de la vida del ser humano, y se ha negociado y mercadeado con él. No siempre ha tenido esa connotación peyorativa que le damos hoy en día, pero es cierto que las mujeres que se dedicaban a la prostitución han sido habitualmente señaladas. También ha habido muchos hombres que han decidido llevar a cabo estos servicios, en todas las épocas de la Historia, pero ellas son mayoría de largo. En muchos momentos, de hecho, la mayoría de prostitutas eran esclavas que trabajaban para un señor, que las compraba solo para hacerse rico a su costa. Mientras haya hombres deseando pagar por sexo, la prostitución seguirá existiendo.

Y aunque todos los vemos, día a día, en calles y plazas, y más ahora con Internet, también en la red 2.0, la prostitución sigue siendo un tema tabú. Aunque muchos países ya están despertando y asumiendo, al menos, el debate sobre su regularización, otros se limitan a apartar la mirada y hacer como si no existiera. España es un buen ejemplo de esto, un país en crisis casi perenne, con un mercado laboral muy complejo que no termina de alzar el vuelo. Más de 400.000 personas se dedican a la prostitución en esta nación, y todas ellas, o al menos la mayoría, lo hace de forma totalmente marginal. Al no estar legalizada, estas mujeres deben buscar una alternativa para sobrevivir. Abocadas a un trabajo que seguramente no sea vocacional, pero es todo lo que tienen, deben asumir el riesgo de vivir siempre al margen de la ley.

Abolicionismo vs legalización

¿Qué conlleva todo esto? Que la prostitución se convierta en una actividad muy extendida, a pesar de no ser del todo legal. No hay leyes que la prohíban, al menos en España, pero sí algunas ordenanzas municipales que luchan por sacarla de las calles, a través de multas y sanciones. El abolicionismo parece la idea imperante en un país que destaca, irónicamente, por ser el que más sexo de pago consume en toda Europa. La legalización, opción por la que se han decantado otros países del centro de Europa como Alemania y Bélgica, no parece interesar aquí. En estos lugares la prostitución no se persigue, y de hecho, se ayuda a las chicas para que tengan no solo buenas condiciones laborales, sino todos los derechos que cualquier trabajador merece en estos días.

Estas trabajadoras carecen de derechos

La situación llega a tal punto que estas trabajadoras, al estar fuera del sistema laboral, carecen de los más mínimos derechos. En los países donde la prostitución no está regularizada, estas mujeres no tienen derecho ni a pensión, ni a paro, ni siguiera a un seguro médico. Son invisibles para el sistema, como si no existieran. Sin embargo, son mujeres que ganan dinero, en negro eso sí, y luego consumen, gastan y pagan impuestos directos. Algunas tapan su actividad facturándola con otro trabajo relativamente relacionado, pero son una minoría. La situación está llegando a un punto insostenible, y son muchas las asociaciones de defensa de las prostitutas que llevan ya años pidiendo derechos laborales dignos para ellas.

Consecuencias de esta discriminación

Uno de los puntos clave que utilizan estas asociaciones para concienciar a la sociedad sobre este negocio es considerar a estas mujeres como trabajadoras sexuales. La primera palabra ya da buena cuenta de que son personas que trabajan, que generan un beneficio a cambio de un servicio, como puede hacerlo un fontanero o una administrativa. El problema aquí es que ese servicio tiene que ver con el sexo, y eso hoy en día sigue siendo un tabú. Ni siquiera los grupos feministas se ponen de acuerdo en este tema, que suele ser muy controvertido. Se puede discutir sobre la necesidad o no de la prostitución en nuestros días, pero lo cierto es que hoy por hoy hay millones de mujeres en el mundo  llevando a cabo estos servicios.

Muchas lo hacen por voluntad propia, y otras, por desgracia, están explotadas. La necesidad de no mirar para otro lado por parte de las administraciones, de coger al toro por los cuernos y solucionar el problema, se hace más patente que nunca. Estas mujeres son madres de familia, sacan adelante a sus hijos como pueden, con lo que van ganando, pero luego no tienen ningún tipo de derecho asociado, como cualquier otro trabajador. Deben vivir siempre en la marginalidad, provocando esto situaciones habituales de pobreza o riesgo de exclusión social. Se las estigmatiza, se las señala, pero luego se las necesita, porque su trabajo sigue siendo popular. Es la hipocresía que lleva a estas mujeres a una situación límite en la que están claramente discriminadas con respecto al resto de trabajadoras, algo que deberíamos solucionar cuanto antes.